La brevedad es una cortesía.
Por: Carlos Alberto Saucedo Medrano
csaucedo1iuap4@gmail.com
La corrida de toros ofrece una extensa cantidad de valores y enseñanzas propicias para su puesta en práctica dentro del devenir cotidiano de la vida, sea para aficionados o no aficionados a la tauromaquia.
Considero que una de esas herencias es el sentido de la medida. Lo anterior supone, en estricto sentido taurino, la plena armonía temporal entre el toreo propicio para el lucimiento y la potabilidad de embestida del toro. Esto es, saber cuántos muletazos de valía pueden ser extraídos del burel tomando en cuenta las condiciones a las que llega en el último tercio de la lidia.
La enorme calidad que posee el encaste San Mateo (presente en más del 80% de los toros que se crían en nuestro país) hizo que el público mexicano se acostumbrara a las faenas largas y cargadas de muletazos ralentizados. De hecho, son muy contados los coletas mexicanos que no porfían en obtener pases, sean cuales sean las condiciones del animal que tengan frente a sí.
En cambio, para el caso español, la cuestión es distinta. Allá existe un marcado conglomerado que toma en cuenta el sentido de la medida durante las faenas. Incluso, un selecto grupo de matadores -la mayoría de ellos identificado con la denominada escuela sevillana- tiene normalizado el tirar por la calle de en medio cuando anticipan que el comportamiento del toro no se acoplará con su forma expresiva: cuando un matador simplemente no lo ve claro, va a por la espada, generando una bronca de órdago en los tendidos colmados de público que paga una entrada y que lo mínimo que le exige a un torero es que haga el intento de agradar.
“Bueno, no le he pegado veinte pases buenos, pero agradecerme que me lo he quitado de encima pronto”, sentenció el genio de Camas, Curro Romero, en alguna tertulia pública acontecida en Sevilla. No tiene falta de lógica esa línea cargada de pureza. Hay días que todo sale bien y otros las cosas no ruedan. El toreo es así.
En sentido contrario, cuando un matador se acopla con las embestidas del toro y el público se rompe en olés a cada muletazo, se advierte en éste el sentido de la medida, monta la espada, cobra un estoconazo, pasea las orejas y “…el que quiera más, que regrese mañana”, decía Juan Belmonte.
Tanto en el éxtasis como en la bronca, se aplica ese polémico sentido de la medida: pero ¿cómo se traslada este probable sinsentido a la vida cotidiana? La respuesta versa en tener las palabras precisas cuando se ofrece una explicación; en tomarse los tragos justos antes del desenfreno; en comer el bocado preciso; en no dar rodeos; en el discurso contundente de 5 minutos frente a un público vasto; en untarse repelente ante los paladines de la tautología… en hacer de la brevedad una cortesía.