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La representación de la elección de la reina consorte
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La representación de la elección de la reina consorte

Rara Avis: Letras, Arte y Cultura Novohispanas

Salvador Lira

 

Durante la Edad Moderna, la Monarquía como institución política y jurídica tenía un principio básico: garantizar la estabilidad del reino, asegurando su continuidad. Por supuesto, las funciones del Príncipe eran múltiples, hecho que generó una serie de obras alrededor de sus responsabilidades y, atendiendo a tales ideales, la manera en la cual debía ser educado. En mucha menor medida, aunque sí de relevancia en su estudio, se plantearon las obligaciones de la Princesa, en tanto que el concepto de unión nupcial era a su vez un asunto de Estado. 

 

El propio Erasmo de Rotterdam indicaba al joven Carlos V cómo es que debía ser la elección de su pareja. Implicaba la posibilidad de unir reinos, consolidar proyectos dinásticos y, en suma, garantizar, no únicamente la estabilidad del poder, sino también la posibilidad de engrandecer a un proyecto, como el que en efecto resultó el mismo Emperador. 

 

Tales planteamientos, sin entrar en detalle sobre cómo fueron seguidos por otros príncipes, se convirtieron en un motivo artístico, jurídico y literario. La figura del embajador presentando el retrato de la y el “infante”, en la proyección sucesoria, que en el ideal fundaba valores, aunque también esclarecía la posibilidad de consolidar proyectos de transición política a través de herederos o acuerdos en uniones por situaciones marciales, así como alianzas comerciales.

 

De este tipo de formas, destaca un grabado fúnebre a María Amelia de Sajonia, esposa de Carlos III. Se encuentra en el libro de exequias Llanto de la fama…, con motivo del túmulo erigido en la catedral metropolitana de México, impreso en 1761 por la Nueva Antuerpinana de Cristóbal y Felipe de Zúñiga y Ontiveros. El grabado es por demás simbólico. Se encuentra de pie Carlos III en medio de un espacio palaciego. Detrás de sí, de manera paralela, está una columna, en símil al sostenimiento del reino. Sobre un cortinaje están tres retratos de princesas. El monarca sostiene el predilecto, el de Amelia de Sajonia, a quien posteriormente tomaría en nupcias. En la parte frontal al soberano, se encuentra una mesa con un reloj. Este símbolo es por demás notable, dado que significa el actuar del gobierno que, sin ser visible, actúa en sincronía con el “secretario” o “embajador”, para que se marque el tiempo en su justa medida, acorde a las proyecciones del porvenir y los afectos. De tal manera, aunque no se explicite, de manera alegórica se manifiesta la función del tópico del “embajador” al servicio del Estado, que presenta sobre la sala real la propuesta idónea para el Príncipe y, con ello, el funcionamiento, a partir del discernimiento, en el crecimiento del reino. El grabado se acompaña de una breve glosa, que cifra su elección en el valor: 

 

Primera. Su elección para Esposa por su Augustísimo Consorte el Señor Don Carlos. Su Majestad tenía pendientes en las paredes del Salón Algunos Retratos de Princesas y en la mano el de Doña María Amalia con este mote, que es hemistiquio del célebre Ludovico: Regi Sponsa placet Carolo Valburga…