Lo “no dicho” de mis ancestros
En todos los sistemas familiares existen infinidad de historias, sucesos y actos que desconocemos, ya sea porque son olvidados o porque han sido guardadas como “secretos de familia” de los que no se habla por parecernos aberrantes, vergonzosos o inaceptables.
Éstos actos podrían describirse, de forma no limitativa, como: asesinatos, incestos, violaciones, suicidios, injusticias, abandonos, traiciones, exclusiones, entre otros. Estas historias y actos, vividos y cometidos por nuestros ancestros, no han perdido su vigencia, sino que continúan presentes en nuestra historia personal y tienen una influencia en nosotros, que muchas veces desconocemos.
Recientemente se ha visibilizado la importancia de revisar, en nuestro árbol genealógico hasta cuatro o cinco generaciones atrás, para comprender con mayor precisión, el posible origen de algún malestar emocional o físico que experimentamos en la actualidad.
¿Podría desarrollar una enfermedad a partir de una lealtad con algún ancestro que vivió y murió por ella?, ¿podría estar ocupando el lugar de algún miembro que fue excluido y juzgado?, ¿estaré compensando o pagando una deuda pendiente con mi propia vida?, ¿estaré repitiendo inconscientemente patrones familiares?.
De todo ello, surge la importancia de indagar, en el pasado familiar, todas aquellas coincidencias que me permitan encontrar el origen de lo que me impide fluir en la vida para resolverlo y sanarlo con ayuda profesional.
¿Cómo me sano?
Como lo propongo en el libro Mi Lugar de Poder, una forma de sanar es identificar y “romper las lealtades” con el sistema familiar, es decir, “hacerlo diferente” al clan familiar, a pesar de sentirnos culpables. La culpa es el semáforo que nos indica que estamos en camino a romper con las lealtades.
Otra forma de sanar nuestros sistemas familiares, como lo propone Berth Hellinger, es “ordenar el amor” en nuestros vínculos para que éste fluya en nosotros. Para ello, el autor propone algunos principios:
1.- El principio de jerarquía que realiza dos planteamientos: el primero es aceptar que los padres son más grandes que los hijos y, el segundo, respetar el lugar de quien llegó primero. Esto implica ponernos en nuestro lugar de hijos y ver la grandeza de los padres, es decir, tener claro que no somos padres de nuestros padres, ni padres de nuestros hermanos. Implica recibir, el amor de los padres, compartirlo con la pareja y dar a los hijos (justo en ese orden), que no impide cuidar de los padres cuando son viejos.
2.- El principio de pertenencia. Se refiere a que todos los miembros de la familia tienen el mismo derecho a pertenecer, a evitar excluir a los miembros que, desde nuestro limitado juicio, “lo hicieron mal” y,
3.- Equilibrar dar y tomar en la vida. Tomar lo necesario y dar lo necesario.
Lo relevante de esto es que todos podemos hacer “algo” por sanarnos a través de la revisión del sistema familiar y, si estás leyendo esto y resuena en tu existencia, no pospongas tomar cartas en el asunto y decídete a tomar acción.