Los ritos de la Consumación de la Independencia de México
Rara Avis: Letras, Arte y Cultura Novohispanas
Los actos de conmemoración no son más que un reflejo de los “usos de la Historia”. Sus sentidos constan de significados que, en muchos casos, buscan la legitimación de grupos. Pensar que la Historia se conforma por fechas es vislumbrarla cual idea reduccionista, cuestión ya debatida e intercambiada en su perspectiva de proceso, iniciada por la Corriente de los Annales. Sus formas de narrarla o representarla son parte de los diferentes debates historiográficos que alimentan, en muchos sentidos, los imaginarios colectivos, si asumimos la complejidad –casi imposibilidad– de la “verdad histórica”.
La Consumación de la Independencia de México –en general todo el proceso al menos desde 1808– ilustra lo antedicho. Se ha instaurado como fecha definitoria el 27 de septiembre de 1821. Su legitimación ha sido parte de un largo devenir celebrativo y de discusión historiográfica por años.
Sin embargo, es de notar que las características distan de ser el punto de la culminación. Más aún, aunque se hayan buscado razones de, simplificando, un punto exacto en la línea temporal, las características de la consolidación para su tiempo fueron expresadas a través de los rituales políticos con amplia tradición regia-hispánica.
Así las cosas. Lo que se significa el 27 de septiembre de 1821 se trató de la entrada triunfal del Ejército Trigarante, en los precedentes del Plan de Iguala y los Tratados de Córdova. Se tomó como base ritual la entrada del virrey, que siglos atrás fue repetido cual elaborado protocolo. Su construcción lo constan las crónicas y las diferentes representaciones plásticas del suceso, con el planteamiento de un Arco Triunfal adornado de emblemas.
Al día siguiente se llevó a cabo la declaratoria de la Independencia, donde su acta se atestó de ciertos términos de carácter Ilustrado. Esto se puede comprobar, al menos, en la formulación del concepto de “Felicidad”. Tal momento tuvo plena legitimidad con el paseo procesional a la catedral, para asistir a misa, sermón y Te Deum Laudamus, siguiendo puntualmente el protocolo de la primera recepción del virrey en representación del monarca recién jurado.
Fue necesario, además de los diferentes nombramientos de la Regencia y la Junta Provisional, la jura y proclamación del Acta de la Independencia. Se llevó a cabo un mes después, en la Plaza del Zócalo, tomando como base el protocolo de jura y aclamación del nuevo monarca, con el paseo del pendón.
Es, pues, la manifestación del orden de una nueva soberanía situada en los rituales del poder precedente, de tradición hispánica. Sólo así es posible explicar quizá el primer error político del Libertador: su coronación en 1822, como no lo habían sido los Austrias o los Borbones desde Felipe II. El peso del ritual es pleno ya que, en la primera República, el ejecutivo luego de asumir su poder asistió a la catedral, sin que se obligara en la Constitución de 1824, reviviendo el protocolo de misa, sermón y Te Deum Laudamus.