Orejas y rabo
México lindo y taurino
El siguiente texto reconoce la pluralidad taurina mexicana:
Somos la reventa de entradas pagadas con dólares a las afueras de la monumental Playas de Tijuana. Nos identificamos con el poderío regio de Nuevo León, mismo que, sin perder la costumbre de mandar en todo, le dio al país tres figuras incólumes del toreo: Lorenzo Garza, Manolo Martínez y Eloy Cavazos.
Somos la tauromaquia seria y exigente de Guadalajara, la del toro bien presentado con sus dos diamantes perdidos en los ojos color esmeralda de las hermosas tapatías que agolpan los tendidos de la Nuevo Progreso. Sin perder, claro está, las festividades de Carnaval en Autlán de la Grana y Jalostotitlán.
Estamos presentes en los más de 500 festejos taurinos que se celebran al año en Yucatán: entre ceibas y cenotes el toro bravo sincretiza la cosmogonía maya con la herencia hispana, dando como resultado una fiesta rica en matices y expresiones.
Nada tan taurino y expectante como la procesión de miles de personas en la avenida de los Insurgentes de Ciudad de México para darle vida al coso de la Ciudad de los Deportes un 5 de febrero. La plaza de toros más grande del mundo recibe a su feligresía taurina: sensible y policromático reducto de pasiones que se conjunta para arrebatarse en un <<olé>> que retiembla hasta los adentros de la antigua Tenochtitlán.
Vivimos entre las majas callejas guanajuatenses que desembocan en la coqueta plaza de San Miguel de Allende. Respiramos el aroma a charuto por Moroleón e Irapuato para llegar a Salamanca y llorar, con lágrimas de realeza a su hijo David Silveti. Colindamos en esta borrachera de pasiones para llegar a Querétaro y deslumbrarnos con la belleza de Juriquilla y de la plaza Santa María.
Por globo terráqueo divisamos el paisaje ganadero de Tlaxcala, tierra taurina por los cuatro costados: luces y colorido en Huamantla; bravura a raudales que tiñe la laguna de Atlanga y romanticismo puro en las panaderías de Apizaco, cuna de Rodolfo Rodríguez, El Pana.
Somos también las festividades de la Candelaria en Sombrerete y nuestra alma vibra en cada “pintado” que brinca al ruedo por Tlatenango, Jalpa y Juchipila. Habitamos en la plata que lucen las guapas aficionadas fresnillenses cada 2 de septiembre bajo el cobijo del Cerro del Proaño. Nuestra esencia se reconoce a sí misma en el casco viejo de la Hacienda de San Mateo, Valparaíso: origen de la grandeza ganadera nacional modelada por la familia Llaguno y que inunda los campos de Villa de Cos, Sain Alto y Genaro Codina de reses bravas. Incluso hasta el más zacatecano se une al “¡Viva Aguascalientes!” coreado por miles de almas un 23 de abril en plena Feria de San Marcos.
Vale la pena dar este mensaje de identidad taurina nacional cuando algunos políticos que ignoran el tema, se empeñan en prohibir una fiesta tan arraigada en pueblos, comunidades y ciudades de la geografía nacional.
¡Que viva nuestro México lindo y taurino!
csaucedo1iuap4@gmail.com