
Reúne la muerte a los Ávalos
El último adiós a un migrante
VILLANUEVA, ZAC.- En mucho tiempo, los Ávalos no se habían reunido todos porque están dispersos por varios lugares de Estados Unidos. La última vez que se juntó la mayoría fue el año pasado (2020) para festejar el cumpleaños del patriarca.
Aunque estuvieron los nueve hijos y las dos hijas, no llegaron todos los nietos ni los yernos y nueras.
Este fin de semana se juntaron todos los hermanos de nueva cuenta; pero esta vez fue el dolor y la tragedia lo que los reunió. Un infarto fulminante acabó con la vida del mayor de los herederos de don Uriel, a los 65 años de edad.
“Nos agarró desprevenidos, sin esperarlo siquiera. En un ratito se va uno”, dijo Javier, uno de los hermanos, cuando recibía el pésame de su compadre Justino.

Alfonso falleció el jueves, pero fue hasta el domingo, a las 4 de la tarde cuando fue sepultado. “Es que estamos esperando a dos hijos de Poncho”, dijo Aurora, la esposa de don Uriel, también migrante de muchos años, incluso ya jubilado en aquel país.
Alfonso fue padre de 12 hijos, sólo 10 llegaron a darle el último adiós. Todos entre los 20 y 30 años. Llegaron de Chicago el viernes tras saber la tragedia. Los hermanos fueron llegando entre viernes y sábado procedentes unos también de Chicago, otros de Denver y de Texas.
Los dos hijos ausentes no consiguieron vuelo directo de Chicago a Zacatecas y debieron transbordar, pero el avión en el que venían se retrasó 5 minutos, por ese inconveniente perdieron el otro avión.
Decidieron hacer el viaje en autobús “con el dolor de su corazón, porque no pudieron venir a darle el último adiós a mi apá y echarle un puño de tierra a su tumba”, dijo Lesly con un marcado acento que delataba que el español no era su lengua habitual para comunicarse.
En todo momento, los teléfonos celulares cobraron un especial protagonismo, puesto que si no era uno, era otro el que transmitía a los que no estaban. En un fluido inglés describían a sus hermanos los detalles de lo que acontecía y que no entendían qué era o por qué.
De esa manera trasmitieron los pésames, los rosarios del prolongado velorio, la misa, la marcha del cortejo fúnebre que atravesó media cabecera municipal y finalmente la despedida al pie de la sepultura.
El rostro de don Uriel delataba el dolor de haber perdido al mayor de sus hijos, apacible y un poco alejado del resto lloraba su dolor sin contener las lágrimas.
Al otro extremo, en el camposanto, se oía entre sollozos una voz femenina que decía: “…recuerdo cuando me hacías mis quesaias los sábados y luego íbamos a curiosiar a las ventas de garaje. Vivirás siempre en mi corazón. I love you dady”, y cerró el féretro para dar paso a la sepultura.
La gente empezó a salir del panteón tras despedirse del viejo migrante, que mitigará su dolor arropado los siguientes nueve días con la visita de sus 11 hijos y sus algunos de sus nietos, incluso los 12 hijos de su primogénito.