“Señor: danos vocaciones…”
El venero de la afición taurina acoge la figura célebre del materialismo dialéctico: es un “fantasma que recorre el mundo”. Y lo hace en búsqueda de almas grandes, locas y algo bohemias para asecharlos con sus efectos de grandeza.
Resulta sorprendente que en esta época compleja de sobresaltos, modismos y de falsos líderes, se geste en hombres y mujeres las ganas de ser torero a muy temprana edad. No hay razón que explique de manera fiable el porqué de esta aspiración.
¿Qué los mueve a ir de manera premeditada al encuentro con la muerte cada tarde? La vocación taurina es la más difícil de asimilar. Aquel o aquella que decide vestirse de morilla y canutillo es consciente de que puede sucumbir en una plaza de toros a cambio de generar una expresión plástica con las embestidas de un toro bravo, creando así un arte efímero.
La vocación, en la mayoría de los casos, la lleva el torero desde que nace. Se puede decir que es una cuestión determinista. Por lo tanto, lo mínimo que puede hacer el sector taurino en su conjunto es ofrecer un clima propicio para el pleno desarrollo de los que sueñan con ser figuras. Es por ello que resulta incomprensible el ver a algunos empresarios valerse de la necesidad por torear de los matadores para invitarlos a acartelarse a cambio de cubrir algunos gastos. Nadie se hizo torero para pagar porque lo anunciaran en las plazas.
El panorama es desolador: novilleros y toreros deben desembolsar recursos para verse en las ferias y corridas: “Yo me hice torero para comprarle una casa a mi mamá, ahora los chavales deben vender la casa de la mamá para hacerse toreros”, sentenciaba el bien recordado Pana. Con todo y las dificultades, las ganas de ser torero se imponen a las trabas, a las cuotas, al denso mundo taurino y a “la mala leche” que inunda el cuerpo de algunos actores del sector.
A la vocación hay que encausarla y apoyarla: apertura y fortalecimiento de escuelas taurinas, subsidio a los ganaderos para que abaraten sus novillos y toros, reformas a reglamentos taurinos que contemplen contratación a novilleros, toreros y ganaderías locales, convenios y negociaciones entre empresarios y entidades públicas para el arrendamiento de plazas de toros que propicien el regreso de la afición a los cosos. Eso y más puede hacer la familia taurina por potencializar la formación de nuevos toreros.
Cada que rondamos los templos y conventos, cual oración por las vocaciones, los aficionados imploramos el advenimiento de nuevos toreros: seres humanos hechos de otra pasta que quieran mandar en esto del toreo; nuevos Manolos, Silvetis, Curros, Armillas y Garzas no exentos de Morantes que con desparpajo callen a los directores de la banda de música. Figuras así van a tirar del carro de nuestra fiesta taurina.
Deseo que no tarden en nacer.