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El culto a la muerte se desborda en San Pantaleón
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El culto a la muerte se desborda en San Pantaleón

  • La Noria de San Pantaleón fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2010 por la Unesco como parte del itinerario del Camino Real de Tierra Adentro

Texto y fotos: Lucía Dinorah Bañuelos

NORIA DE SAN PANTALEÓN, SOMBRERETE, ZAC.- El culto a la muerte es una de las tradiciones religiosas y simbólicas más complejas y características de México, en la que Zacatecas no queda fuera.

El culto se extiende por todo el país, aunque antaño sólo se hacía visible el 2 de noviembre con la celebración del Día de los Fieles Difuntos, los últimos años, se ha hecho más público la devoción a la Santa Muerte como deidad.

La festividad católica hace alusión a la muerte el 2 de noviembre, pero en Sombrerete un pueblo entero “despierta de la muerte” que lo mantiene en penumbras para vivir un día, en el festejo y reliquia a la Santa Muerte en un pequeño altar que se llena de vida con la visita de devotos que llegan de todo el país y de Estados Unidos.

Al amanecer del 27 de julio la Noria es tan igual a todos los pueblos en un día de fiesta: hay misa y danza, y el bullicio de cientos de almas le dan vida en lo que se convierte en feria de un día y que culmina con un baile.

El resto del año la Noria es un pueblo fantasma sin vida, incluso un día antes está en silencio.

Las siete familias que habitan ahí no son suficientes para hacer estallar al pueblo en la algarabía que horas antes del 27 ahogaba la calma que se mece entre los jales y las ruinas de lo que otrora fue un rico pueblo minero.

Un día antes el ruido que se oye lo hacen los comerciantes que instalan sus puestos de juguetes, comida y golosinas en una única hilera camino al templo consagrado a San Pantaleón.

Hace poco más de un siglo San Pantaleón era un opulento pueblo minero con al menos 10 mil habitantes, tenía el único cine de la región y un campo de béisbol donde se jugaban torneos nacionales

En los años 20 del siglo pasado la mina cerró, con lo que la bonanza terminó y la gente poco a poco empezó a migrar en busca de nuevas oportunidades de empleo.

A los alrededores del templo católico, quedan vestigios de lo que fue un vasto caserío, ahora sólo siete casas están habitadas permanente.

Para la fiesta del santo patrono «regresan los que se fueron pa’l otro lado o a otros estados y se llenan 14 casas que están en pie y habitables», explicó Raúl Sarellano, minero retirado y encargado de la fiesta patronal hace un par de años.

Cualquier día que no sea 27 de julio la Noria está en silencio. Su gente se va entre semana a estudiar o a trabajar a Sombrerete, Fresnillo, Durango o Zacatecas; no hay escuela, los cinco niños que viven ahí no la hacen costeable.

Fe repartida

La magia del pueblo minero en ruinas tiene una exuberante combinación de creencias y fe que lo hace más atractivo.

Aunque la fiesta patronal es en honor de San Pantaleón, la fe, las visitas, las flores, las veladoras y las oraciones se reparten inequitativamente entre el santo patrono y la Santa Muerte.

En el vetusto templo, de al menos cuatro siglos de antigüedad, ambos compartían visitas, veladoras y flores. Hasta que hace poco más de 15 años el clero mandó sacar a la santa del templo, luego de que hubo un incendio.

A la santa le hicieron un cuartito y ahí le pusieron su altar del que también se encarga la familia Sarellano.

Cada año en la feria de un día, la fiesta se divide en dos: los que van a ver a San Pantaleón y los que van a ver a la santa. Son más los que van a orar al pequeño altar situado a espaldas del templo, con lo que se convierte en el segundo centro de veneración a la Niña Blanca en México; el primero está en Tepito.

Los contrastes son marcados hasta en la organización de los festejos. Por cuenta propia, los devotos de la santísima le llevan música en vivo, danza, flores, ofrendas, veladoras y reparten como reliquia carnitas, chicharrones, refrescos, tostadas, fruta…

Durante gran parte del día el punto de reunión es el pequeño altar. No se puede entrar de tantas flores y gente. En contraste, San Pantaleón luce vacío. No alcanza a llenarse ni la primera hilera de bancas.

Para la organización de la fiesta patronal de San Pantaleón se gestionan  recursos ante las mineras que circundan la Noria, puesto que un festejo de tal magnitud es costoso.

Se contrata un conjunto musical para el baile, a los danzantes para que “le bailen” al santo y participan en la peregrinación principal.

Ese día hay misa en el pueblo: previo al festejo hay una, luego por la mañana con la llegada de la peregrinación hay otra y por la tarde una más. Pasados los festejos no hay misas. No hay dinero para pagar ni quien las pague.

A las 8:00 de la noche del 27 de julio los acordes retumban por toda la Noria y empieza el baile. La plaza principal está llena. A medianoche sigue llegando gente con flores, veladoras, tequila y otras ofrendas para la Santa Muerte.

A las 12 de la noche se acaba el baile y con este la vida movida, alegre y ajetreada, como si la muerte llegara contenta a tomar posesión de la Noria. El pueblo regresa a su habitual silencio hasta el próximo 27 de julio.