
Un retrato a Carlos III
Rara Avis: Letras, arte y cultura novohispanas
SALVADOR LIRA
Un retrato de Estado debe entenderse, más que en el “hiperrealismo” al que nos han llevado los tiempos recientes con el uso de la fotografía, como un ejercicio simbólico en el cual se representan motivos y alegorías. En este sentido, los soberanos que son personificados con insignias de poder están mostrados por las cualidades e ideas que buscan consolidar de su gobierno. A esto se refiere Ernst Kantorowicz al explicar el concepto de los “dos cuerpos del rey”, en tanto que hay uno corpóreo, perteneciente al ser humano, mientras que otro es el de la Monarquía, que renace en las transiciones dinásticas, por lo que siempre prevalece. Así, inclusive, debemos entender los subsecuentes retratos de Estado, inclusive los adaptados por procesos fotográficos.
De esta suerte, en todo el periodo virreinal se pueden registrar testimonios de soberanos con sus insignias de poder. Muchas de estas representaciones fueron parte de rituales políticos de la Monarquía Católica, ya sea en juras reales, bautizos, exequias o nupcias. Fundamentalmente en las juras, la consolidación del retrato era crucial, en tanto que su develación significaba el momento clímax y apoteosis, en el que se presentaba al soberano ante una multitud, que gritaba “vivas” por él y por el reino.
En el Museo Nacional de Historia de Chapultepec se encuentra un ejemplo notable de retratos de Estado a un rey de la Monarquía Católica. La pintura a la que nos referimos está dedicada a Carlos III por Ramón de Torres, en 1762. Por la fecha, es probable que la obra haya sido utilizada para alguna jura regia, en tanto que en 1759 ascendería al trono de las Españas por la muerte de su hermano Fernando VI, quien no dejó descendencia.
La pintura muestra al soberano de pie. En la mano izquierda sostiene el cetro, sobre una columna, con las insignias reales. Debajo de tal, un perro que resguarda los dos mundos. El monarca cuenta con insignias tanto nobles, como de órdenes militares. De hecho, tiene una pechera marcial, que hace contraste en colores con un azul celeste. Ostenta, además, el Toisón de Oro, que fue característico de la casa de Austria e identificado ya en el siglo XVIII a la Monarquía Católica. La capa tiene dos caras, una roja y otra blanca. En la primera tiene bordes de Castilla y León, mientras que en la segunda, interior, flores de lis característicos de la Casa Borbónica. El espacio es palaciego, con una columna detrás del soberano, plena idea de fortaleza y sostén de la Monarquía. Por supuesto, la pintura es alegórica, con una plena idealización del rey y su Estado.